El truco definitivo para un arranque instantáneo, el ajuste de Windows que ralentiza tu PC

Es una de esas situaciones que muchos usuarios asumen como “cosas de Windows” sin detenerse demasiado a pensar en lo que ocurre por debajo. Enciendes el ordenador, esperas a que cargue el sistema y, antes incluso de mover el ratón, ya hay varias aplicaciones abiertas consumiendo memoria y procesador. No las has lanzado tú, nadie más ha tocado el equipo y, aun así, ahí están. Lejos de tratarse de un fallo o de un comportamiento errático, es una decisión de diseño del propio sistema operativo que conviene entender, sobre todo si el rendimiento empieza a resentirse.

-¿Por qué Windows reabre aplicaciones al iniciar sesión?

Desde hace varias versiones, Windows incorpora un mecanismo pensado para preservar el contexto de trabajo del usuario entre apagados y reinicios. Cuando el sistema se cierra sin que todas las aplicaciones hayan sido cerradas manualmente, Windows guarda el estado de ciertos programas considerados “reiniciables”. En el siguiente arranque, el sistema interpreta que el usuario quiere continuar exactamente donde lo dejó y vuelve a poner en marcha esas aplicaciones de forma automática.

La lógica detrás de esta función es clara: evitar la pérdida de información y reducir fricciones. Si estabas trabajando en un documento, editando imágenes o gestionando varias ventanas a la vez, el sistema intenta devolverte ese mismo escenario tras reiniciar el equipo. En entornos inestables, donde un cuelgue o una actualización obligatoria interrumpe el trabajo, este comportamiento puede marcar la diferencia entre perder avances o retomarlos casi sin esfuerzo.

-¿Cuando la comodidad se convierte en un problema de rendimiento?

El inconveniente aparece cuando esa automatización no encaja con el uso real del equipo. No todos los usuarios quieren que Windows decida qué aplicaciones deben iniciarse, y menos aún en equipos con recursos limitados. Al arrancar el sistema con varios programas abiertos, el tiempo de inicio se alarga, el consumo de memoria se dispara desde el primer minuto y la experiencia general se vuelve más lenta y menos fluida.

Este comportamiento es especialmente visible en portátiles antiguos, ordenadores con discos duros mecánicos o equipos que ya van justos de RAM. En esos casos, Windows no solo tarda más en mostrarse operativo, sino que obliga al usuario a cerrar manualmente aplicaciones que quizá ni siquiera tenía intención de usar en esa sesión.

-Una función poco visible, pero completamente configurable

Lo relevante es que este comportamiento no es obligatorio. Aunque viene activado por defecto, Windows permite desactivar la restauración automática de aplicaciones mal cerradas desde su panel de configuración. No se trata de un ajuste oculto ni de un truco avanzado: forma parte de las opciones de inicio de sesión del sistema y puede modificarse en cuestión de segundos.

Al desactivar esta opción, Windows deja de guardar el estado de las aplicaciones abiertas al apagar el equipo. El resultado es un arranque más limpio, con el escritorio vacío y sin procesos adicionales ejecutándose en segundo plano desde el primer momento. Para muchos usuarios, esto se traduce en una sensación inmediata de mayor control y rapidez.

-¿Conviene desactivarla en todos los casos?

No necesariamente. Como casi todo en Windows, esta función tiene sentido en determinados contextos. Para quienes trabajan con documentos largos, proyectos creativos o aplicaciones que no guardan el estado automáticamente, la restauración de programas puede ser un salvavidas. También es útil en escenarios donde el sistema sufre reinicios inesperados o inestabilidad, ya que reduce el riesgo de perder trabajo no guardado.

La clave está en entender que no es un fallo ni un comportamiento aleatorio, sino una decisión consciente del sistema operativo. Windows prioriza la continuidad frente al rendimiento, pero deja en manos del usuario decidir qué es más importante en su caso concreto. Ajustar este tipo de opciones no solo mejora la experiencia diaria, sino que ayuda a que el equipo se adapte mejor a la forma real en la que lo usamos.

En definitiva, si Windows abre aplicaciones sin que se lo pidas, no es porque esté “haciendo cosas raras”, sino porque está intentando ser útil. El problema es que esa ayuda no siempre coincide con lo que el usuario necesita. Y ahí es donde conviene tomar el control y decirle al sistema, con un simple ajuste, cómo queremos que se comporte desde el primer segundo tras encender el ordenador.