
El 14 de octubre de 2025 marcó un punto de inflexión en la historia de Microsoft y, por extensión, en la de la informática personal. Esa fecha significó el fin oficial del soporte de Windows 10, un sistema operativo que durante más de una década fue el centro neurálgico de la productividad y el entretenimiento para cientos de millones de usuarios en todo el mundo.
A partir de ese momento, cualquier ordenador que siga ejecutando Windows 10 sin acogerse al programa de soporte extendido se encuentra, en términos prácticos, fuera del ecosistema seguro de Microsoft. Pero más allá de la fecha simbólica, el fin del soporte plantea una cuestión crítica: ¿qué significa realmente utilizar un sistema operativo sin actualizaciones? Y, más importante aún, ¿qué riesgos implica permanecer en él?
-Un fin anunciado, ¿por qué Microsoft decidió cerrar el ciclo de Windows 10?
Microsoft llevaba años preparando este desenlace. Desde el lanzamiento de Windows 11 en 2021, la compañía dejó claro que Windows 10 no sería un producto eterno, sino una transición hacia una nueva generación de sistemas operativos más conectados, visualmente coherentes y optimizados para la inteligencia artificial.
El ciclo de vida oficial de Windows 10 se estructuró en diez años de soporte principal y de seguridad, una política coherente con la historia de la compañía, pero que ahora se enfrenta a un escenario muy distinto: amenazas cibernéticas más sofisticadas, dispositivos más integrados y usuarios más dependientes del entorno digital.
El fin del soporte no significa que los equipos dejen de funcionar, sino que Microsoft ya no ofrecerá parches ni actualizaciones críticas para vulnerabilidades descubiertas después de esa fecha. Esto convierte a cada PC que siga ejecutando Windows 10 en un objetivo potencialmente más vulnerable para los atacantes.
-Los límites de los antivirus y el espejismo de la “falsa seguridad”
Muchos usuarios han respondido al anuncio de Microsoft con cierta tranquilidad, confiando en que un buen antivirus o un cortafuegos actualizado pueda suplir la falta de soporte oficial. Pero la realidad es mucho más compleja. El propio Microsoft ha sido tajante: ningún software de seguridad, ni siquiera Microsoft Defender, puede garantizar una protección total cuando el núcleo del sistema operativo deja de recibir mantenimiento.
El motivo es estructural. Las herramientas antivirus trabajan sobre el sistema, no dentro de él. Pueden detectar y bloquear comportamientos maliciosos, pero no pueden reparar fallos del kernel, vulnerabilidades de drivers o errores en los protocolos de red. Cuando el sistema operativo deja de recibir parches, se abre una brecha permanente: cada nueva amenaza descubierta en los meses siguientes quedará sin solución oficial, y los ciberdelincuentes lo saben.
Aunque Microsoft Defender seguirá recibiendo actualizaciones de firmas durante un tiempo limitado, la compañía ha advertido que esto no sustituye la protección integral que ofrece un sistema activo. En otras palabras: Defender podrá reconocer nuevas amenazas, pero no blindar un sistema que ya no evoluciona.
-Programas de soporte extendido: una prórroga para los indecisos
Consciente de que millones de dispositivos aún operan con Windows 10, Microsoft ha puesto en marcha un programa de actualizaciones de seguridad extendidas (ESU), una iniciativa que prolonga el soporte durante un año adicional.
Este plan está dirigido especialmente a entornos empresariales, instituciones educativas y administraciones públicas, aunque también está disponible para usuarios particulares en determinadas regiones, como la Unión Europea. A través de este servicio, los equipos seguirán recibiendo parches de seguridad críticos, pero a cambio de una tarifa anual.
No obstante, esta prórroga no implica la llegada de nuevas funciones ni actualizaciones de calidad: es, en esencia, una medida temporal de contención, un puente para quienes necesitan tiempo para migrar a Windows 11 o renovar sus dispositivos. Microsoft ha dejado claro que no habrá una extensión adicional más allá de este plazo. Quien decida seguir en Windows 10 tras ese periodo deberá hacerlo bajo su propio riesgo.
-Windows 11: la ruta de migración oficial y gratuita
Para quienes cuenten con una licencia legítima de Windows 10 y un equipo compatible, la actualización a Windows 11 sigue siendo gratuita. El proceso es simple: basta con utilizar la herramienta de instalación oficial de Microsoft o el asistente de actualización incluido en el sistema.
Windows 11, más allá de su estética modernizada, ofrece una arquitectura interna mejor protegida, un sistema de actualizaciones segmentado y una integración más estrecha con servicios en la nube y funciones de inteligencia artificial.
Sin embargo, el salto no es solo técnico: también es cultural. Windows 11 redefine la experiencia de escritorio hacia un entorno más conectado y dependiente del ecosistema de Microsoft, algo que no todos los usuarios están dispuestos a aceptar.
-Los equipos incompatibles y la búsqueda de alternativas
No todos los dispositivos con Windows 10 pueden dar el salto al nuevo sistema operativo. Los requisitos de TPM 2.0, arranque seguro y procesadores modernos han dejado fuera a una cantidad considerable de equipos, especialmente en el ámbito doméstico y educativo.
Para esos casos, existen tres caminos posibles:
- Acogerse al programa ESU.
- Instalar Windows 11 de forma no oficial (aunque Microsoft no lo recomienda).
- O explorar alternativas fuera del ecosistema de Microsoft.
Y es en este tercer punto donde Linux emerge como una opción cada vez más atractiva. Distribuciones como Ubuntu, Fedora, Linux Mint o Zorin OS ofrecen entornos amigables, gratuitos y con soporte prolongado. En los últimos años, su compatibilidad con aplicaciones, juegos y hardware ha mejorado notablemente, lo que convierte a Linux en un refugio viable para quienes no desean abandonar sus equipos, pero sí mantenerse seguros.
-Un cambio de era en la informática personal
El fin de Windows 10 no es solo un hecho técnico: es una transición generacional. Representa el paso de una era dominada por la estabilidad y la compatibilidad hacia una nueva etapa en la que la seguridad, la conectividad y la inteligencia artificial son pilares fundamentales. Microsoft no solo está retirando un producto; está rediseñando su relación con los usuarios y la forma en que estos se conectan al ecosistema digital.
En el corto plazo, muchos seguirán aferrados a Windows 10, tal como sucedió con Windows 7 en su momento. Pero la tendencia es irreversible. Las amenazas evolucionan con mayor rapidez que nunca, y los sistemas sin soporte se convierten en eslabones débiles dentro de una cadena global de seguridad.
-El futuro después de Windows 10
El ocaso de Windows 10 plantea una pregunta que va más allá del sistema operativo: ¿hasta qué punto dependemos de la infraestructura de una sola empresa para mantener segura nuestra vida digital?
Con el crecimiento del trabajo remoto, el almacenamiento en la nube y los dispositivos inteligentes, el concepto de “actualización” ya no se limita al software: es una cuestión de supervivencia tecnológica. Para millones de usuarios, el fin de Windows 10 marca el momento de decidir entre actualizar, migrar o reinventar su entorno digital. Sea cual sea el camino elegido, lo cierto es que la era de las contraseñas olvidadas y los parches mensuales ha llegado a su fin. Y en ese cierre, Microsoft vuelve a recordarnos que la seguridad no es un producto, sino un proceso continuo.